Seis mil familias plantan árboles para [cambiar el mundo] en La Joya
Los residentes del proyecto urbanístico La Joya —en el corazón de La Colmena— han aceptado un reto: dejar su legado medioambiental a través del de plan de reforestación que utilizan para repoblar de especies endémicas el área en que viven. En 1832, el secretario nacional de Agricultura en Estados Unidos, Julius Sterling Morton, creó el día del árbol. Sterling Morton decía que cada generación se considera depositaria de la Tierra, y que deberíamos transmitir a las siguientes generaciones al menos tantos árboles y jardines como los que hemos agotado. Siglo y medio después, esa convicción se perpetúa en La Joya.
El objetivo primordial de la forestación en la Joya es el bosque seco tropical de la vía a Daule. Las especies que se siembran son nativas de este tipo de ecosistemas, que crece en áreas que no reciben lluvia durante varios meses. La siembra en La Joya se realiza desde agosto de este año. En las casi veinticinco hectáreas que tiene la reserva —más de dos veces el Walt Disney World de Florida— las casi seis mil familias de sus doce urbanizaciones, plantan y cuidan sus áreas verdes. Gino Pinargote, representante de Equilibratum ―empresa que se ha encargado de gestionar el Plan Verde, como se llama la iniciativa— dice que más allá de la siembra de las especies en áreas comunales de La Joya, la idea es que la reforestación sea permanente y en cada casa, impulsada por las familias residentes. Es el inicio de una cultura nueva en Guayaquil: sembrar árboles para vivir mejor.
Todo empieza por enterarse. Entender por qué el mundo cambia cuando sembramos árboles. Los efectos de tener más árboles y jardines en los espacios donde vivimos son increíbles, pero poca gente los conoce. Desde siempre, las áreas verdes y plazas han sido el centro de la vida comunitaria. Es el espacio donde conocemos a nuestros vecinos, hacemos amigos, estrechamos lazos sociales. Las áreas verdes —que en La Joya, de acuerdo a los estándares técnicos nunca están a más de diez minutos de caminata— nos permiten tener un lugar común, donde se genera un sentido de pertenencia. Cuando sentimos que algo es nuestro —o que somos parte de algo— lo cuidamos con cuidado. Por eso, según un estudio de la Universidad de Illinios Urbana-Champaign, a más verde, menos violencia. Todo esto está detrás de un plan de reforestación, pero mucha gente no lo sabe. Es necesario —valga el lugar común— ver el bosque, y no solo el árbol.
Luego de enterarse, hay que meter las manos en la tierra. Los residentes se acercan a las oficinas de administración de cada urbanización y reciben una de las plantas, las siembran en su jardín, de acuerdo al manual del cuidado que se les entrega.
Lo demás, es ver crecer a nuestros especies endémicas: el guayacán, el pijío ―el árbol más alto del bosque seco―, el bototillo ―cuya floración devela pétalos amarillos durante un corto tiempo―, el tulipán africano.
En plazas y plazoletas, en avenidas y parterres, el Plan Verde sigue en ejecución. Según Pinargote, tendrá larga vida. Algunos obreros han realizado la siembra de los árboles en estas zonas. Ya ciertos residentes se han sumado a la iniciativa que aspira sembrar dos mil árboles en toda La Joya para ayudar a cambiar el mundo. “Los árboles tienen una función de mejoramiento de la calidad del aire al poder captar todo el dióxido de carbono que se está generando a través de las emisiones que existen y que forman el efecto invernadero”, explica Pinoargote. Las emisiones de estos gases son las principales causas de la elevación de la temperatura en la Tierra, la disminución de hielo de los glaciares en varias zonas del planeta, y los efectos devastadores de fenómenos cíclicos como El Niño. Plantar un árbol —que puede suministrar oxígeno para que una persona viva toda su vida— es participar de una decisión global para luchar contra el cambio climático. Las familias de La Joya son parte de una movida planetaria.