Las mariposas gigantes marcan la identidad de Villa Club
El espacio público nació como un remedio a los males de las ciudades industriales de finales del siglo dieciocho. Superpobladas por la migración que venía del campo a las fábricas, plagas y violencias llenaron sus calles. La cura fue la planificación urbana. La conquista del espacio público —como un bien verdaderamente colectivo, al cuidado de todos— se convirtió en parte de la vida diaria. Urbanistas, arquitectos y artistas contribuyeron —contribuyen— para que esa apropiación sea posible. Esculturas, edificios y plazas se convirtieron en rasgos distintivos de cada ciudad: Maupassant decía que no le gustaba la Torre Eiffel porque era el único lugar de París desde no se podía ver la torre. Nueva York tiene 430 murales, 800 esculturas y 200 retratos en sus calles. Artistas como Picasso dejaron su huella en la gran metrópoli contemporánea. Con el tiempo, se integran al paisaje urbano y hablan de los lugares en que están: el monumento a Bolívar y San Martín es otra forma de decir Guayaquil. En Villa Club, las esculturas de mariposas en los parterres centrales de sus avenidas son una marca de nacimiento: evocan a la especie nativa del sector. Tienen, además, una serie de beneficios invisibles pero reales.
El arte en el espacio público genera sentido de pertenencia. En Villa Club, las esculturas están inspiradas en la mariposa monarca, una especie que vuela en búsqueda de temperaturas menos frías: viaja desde Canadá y Estados Unidos, hasta América del Sur. Es como una metáfora de los residentes de Villa Club: personas que dejaron la congestión y desorden de Guayaquil para asentarse en un ambiente más cálido, responsable y planificado, donde sus necesidades están satisfechas. El arte es una herramienta para pensar, para trazar analogías, para encontrar.
Las mariposas de Villa Club son, también, puntos de referencia —nodos e hitos les llaman los urbanistas. Sin duda, son el punto de partida para la interacción de los villaclubinos con su espacio común: el aporte social del arte público excede lo ornamental. Hechas de quince mil piezas, entre cerámicas y baldosas, las tres primeras mariposas fueron creadas por su autor —el artista ecuatoriano Juan Sánchez Andrade—en 2011. Aparecieron junto a la flor entre las urbanizaciones Júpiter y Kryptón. Al año siguiente, llegaron más mariposas, posadas sobre troncos, como si hubiesen encontrado un hogar después de la larga migración.
Sánchez Andrade explica que la técnica que utilizó para crearlas fue la misma: la estructura es de hierro y hormigón. Cada pieza para el recubrimiento fue hecha a mano en su taller en Manabí.
Andrade es un artista ya conocido en Guayaquil. Su primer gran trabajo en la ciudad fueron siete murales bajo el puente que está frente a Mall del Sol. En 2005 armó la iguana de Urdesa, en 2006 el papagayo de la Alborada y en 2011, el polémico mono machín al pie de los túneles de los cerros Santa Ana y del Carmen. Armar una mariposa —explica el escultor— le toma cerca de sesenta días.
Las mariposas en la vía pública son los primeros gestos de arte público en Villa Club. Los mejores lugares para vivir tienen espacios públicos destinados al arte. Sus efectos son tangibles. De acuerdo a un estudio de la The Knight Foundation’s Soul of the Community initiative en una encuesta a cuarenta y tres mil personas, la estética pública, los parques, áreas verdes y arte en las calles eran factores que generaban más sentido de propiedad de las ciudades que, incluso, la seguridad. El arte en las áreas sociales —de acuerdo a este reporte de la revista especializada en arquitectura urbana Dirt— “moldea nuestra conciencia, crea una actitud colectiva, inspira, reinventa conductas y reduce el estrés”.
Otros países y ciudades del mundo también han cedido sus calles para acercar el arte a la gente. Malta, la pequeña isla europea ubicada entre Sicilia y la costa norafricana, tiene su propio Festival de Arte Callejero. Este año, una de las obras más llamativas, fueron los Gummy Bears de tamaño gigante, desperdigados por las calles. Las ciudades, hoy, pueden ser las mejores galerías de arte. “No se necesitan tickets, ni hay que vestirse, es gratis” explica Susan Weiler de la organización Olin. Es mejorar el espacio comunal y, además, democratizar el acceso a una expresión estética que —antes— estuvo reservada a las élites.
Las posibilidades son infinitas. En 2001, un grupo de arquitectos de la Escuela de Arquitectura de Madrid, decidieron convertir los desechos en arte. El proyecto, Basurama, se ha difundido en Perú, España, Dinamarca, Jordania, Argentina, Mozambique, Estados Unidos y Brasil. Han utilizado cartones, botellas plásticas, llantas de autos y basura —literalmente: basura— para construir arte en los espacios públicos. La idea es recuperar las vías, los parques, las calles, como un espacio de interacción. En Villa Club, sus mariposas se erigen como una apuesta por estos beneficios y gatillan la imaginación de todos quienes vivimos, trabajamos o hacemos posible que cada día crezca.