Vicente, el vecino que sueña con un huerto comunal
Vicente Velarde creció al sur de Guayaquil, cuando la ciudad terminaba justo en la calle en la que vivía. Por un lado podía dirigirse al centro, donde los edificios se volvían cada vez más altos, y por el otro, no había una sola casa, solo árboles y tierra sin dueño. Recuerda que con su hermano Manuel disfrutaba de cada rincón. “Había estanques en los que soltábamos barquitos, árboles que escalábamos y mucho espacio para volar cometas”, recuerda. Luego de vivir en el sur, se fue para el norte, a Sauces, pero nunca estuvo tan cerca del campo como cuando fue niño. Cuando llegó a Iris, regresó a su infancia, los árboles y cerros que rodean Villa Club se lo recordaron.
Ya son cuatro años desde que se mudó a Villa Club. Recuerda que cuando llegó a Iris, en 2012, solamente había ocho casas ocupadas. Hoy, son 150 familias que hoy residen en la urbanización. Al inicio, fue duro, sus cuatros hijos no estaban conformes con el cambio, pues extrañaban a los amigos con los que pasaban las tardes en los portales de las casas. Sin embargo la adaptación fue rápida, y hoy están seguros que el cambio fue para mejor. Los ha unido como familia, los domingos pasean en bicicleta y recorren los cerros que colindan con Villa Club. Los caminos son seguros y tranquilos, y tienen la opción de recorrer las 117 hectáreas de reserva forestal que se encuentran en la Joya. En alguno de los recorridos, después de cruzar los cerros que están detrás de Iris, han llegado a haciendas arroceras, lo saben porque se topan con un paisaje completamente verde que se pierde en el horizonte.
Los caminos son seguros y tranquilos, y tienen la opción de recorrer las 117 hectáreas de reserva forestal que se encuentran en la Joya. En alguno de los recorridos, después de cruzar los cerros que están detrás de Iris, han llegado a haciendas arroceras, lo saben porque se topan con un paisaje completamente verde que se pierde en el horizonte.
Iris es la urbanización más pequeña en Villa Club, y eso le gustó a Vicente. La idea de compartir espacio con poca gente, le atraía pues al ser pocos, le sería más fácil conocer a la mayoría de las personas con quien convive. Iris tiene esa intimidad que Vicente deseaba cuando pensaba en vivir en una urbanización privada. Lo consiguió. Los lazos de amistad son tan estrechos entre residentes que Vicente y Alfredo, su vecino, un buen día decidieron unir los patios frontales de sus casas. Sembraron árboles de mango, y cuando dieron frutos, los ofrecieron a la urbanización entera.
Aunque la urbanización ya está poblada de árboles, Vicente quiere ir más allá; sueña con sembrar árboles que den frutas. Su anhelo es poder, en el futuro, tener un huerto comunal del que todos los vecinos puedan sacar provecho, y que sus alimentos sean mucho más saludables, pues tendrían la garantía de comer directo del huerto, a la mesa. Hoy ya desayunan mangos, quizá mañana papayas y algún día cenarán una ensalada completa.