Isla Celeste: el triunfo del mangle
A orillas del mangle comienza la vida. A nivel mundial, el manglar constituye menos del uno por ciento del total de los bosques tropicales, pero es uno de los ecosistemas más productivos que existen. Sus árboles están llenos de seres acuáticos y terrestres. En las raíces, los peces viven y se alimentan, y es donde las aves anidan a sus crías. Basta con meter una caña para sacar mariscos que rendirán para más de una cena. Pese al importante rol que el manglar constituye para nuestra vida, hemos perdido —de acuerdo al Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma)— más de un cuarto de su cobertura originaria. Según el Mangrove Specialist Group, los dos principales factores de destrucción del mangle son el desarrollo económico y el crecimiento poblacional. El manglar están en estado crítico: se destruye a un ratio de tres a cinco veces más elevado que otros bosques. Organismos internacionales como la ONU, así como urbanistas, piden a las comunidades que se conviertan en guardianes del manglar. Los futuros guardianes del mangle vivirán a riberas del Río Babahoyo: conservarán los tres mil ochocientos metros cuadrados de manglar que hay en la Isla Celeste, la nueva urbanización de Ciudad Celeste.
Los futuros guardianes del mangle vivirán a riberas del Río Babahoyo: conservarán los tres mil ochocientos metros cuadrados de manglar que hay en la Isla Celeste, la nueva urbanización de Ciudad Celeste.
Cuenta la leyenda que Guayaquil fue todo manglar. Que nuestros abuelos se quitaban el calor de la humedad con un chapuzón en el Estero: los fines de semana corrían al American Park a orillas del Salado (convertido, por la falta de tratamiento de aguas residuales, en la alcantarilla de los guayaquileños) para, entre otras cosas, tomar un bote y jugar a encontrar los animales más extraños. Un paraíso. Con el crecimiento poblacional llegó la expansión urbana y con ella, la mala planificación. La ciudad le dio la espalda al manglar, esteros y ríos, rellenándolos. De las más de doscientas mil hectáreas de manglar que existían en 1969, solo quedan ciento cuarenta y siete mil. El 71% permanece en la provincia del Guayas. Muchos de los males que Guayaquil hoy sufre —como el excesivo calor— son la causa de su distanciamiento con la naturaleza. En época de lluvia, sectores aledaños al Estero salado sufren inundaciones las que se pudieran mitigar si el mangle que algún día flanqueó las costas guayaquileñas estuviera ahí.
La realidad no es tan sombría: una nueva generación de guayaquileños está naciendo en el nuevo polo de desarrollo urbano del Guayas. Ya lo dijimos, el futuro de la humanidad crece en las Ciudades para Vivir. La agenda mundial por la conservación del medioambiente aquí se pone en práctica. Los promotores detrás de la construcción de verdaderas Ciudades para Vivir, entienden que la naturaleza es su aliado. , Ciudad Celeste ha construido para integrarlo en su diseño urbanístico.
Lograr la coexistencia entre los manglares y ciudadanos —según el urbanista Eduardo McIntosh— es quizá la meta más importante para lograr el salto cualitativo para un mejor nivel de vida en Guayaquil.
Los próximos habitantes de Isla Celeste, el nuevo proyecto de Ciudad Celeste, vivirán compartiendo terreno con los primeros pobladores del islote privado de cincuenta y cinco hectáreas: el manglar que llegó por las corrientes del río, alrededor del cual, y respetándolo y cuidándolo.
La conservación de la totalidad del manglar de Isla Celeste constituirá un punto de reversa en el tradicional pensamiento binario del planificador urbano ecuatoriano del siglo pasado: destruir la naturaleza para construir ciudad, o dejarla en el olvido para que eventualmente ocurran asentamientos desorganizados. Las verdaderas Ciudades para Vivir logran lo que Nassim Taleb llama antifragilidad: una situación adversa en lugar de afectar el sistema, lo haga más fuerte. Urbanizar no debe significar la muerte de la naturaleza, sino la evidencia de que una comunidad simbiótica —hombre y naturaleza— es posible. La estrategia en esta isla será la misma aplicada al resto de Ciudades para Vivir: que el ciudadano se apropie de los espacios verdes. Las personas cuidan lo que utilizan y así más protegida está la naturaleza.
Los futuros islacelestinos vivirán al nivel del mar, pero con menos probabilidades de sufrir inundaciones. Las raíces del manglar —por muy delgadas que parezcan— funcionan como contención que frena la marea evitando las inundaciones y la erosión de la tierra. La variedad de especies incrustadas en estas mismas raíces (incluyendo esponjas, caracoles y algas) funcionan como una planta de tratamiento de agua natural, que ayuda a la filtración de aguas residuales. Pero quizá el atributo más importante de los manglares —según un documento del Pnuma— es su capacidad de cohesionar una comunidad. Este ecosistema proporciona una variedad de experiencia estéticas y recreativas que inspiran la creación de cultura. Inevitablemente, las personas que viven cerca de un mangle notarán su biodiversidad. Hoy debido a su escasez, los manglares son un codiciado atractivo turístico. Los hijos de Isla Celeste, sumarán un potencial hobby que ya se ven en otras partes de Ciudad Celeste: el avistamiento de aves.
Hoy, los más de sesenta y cinco mil ciudadanos que viven en los proyectos inmobiliarios Ciudad Celeste, Villa Club, La Joya y Villa del Rey son la prueba de que el desarrollo urbano no tiene que ser la antítesis de la preservación medioambiental. En estos proyectos se procura construir con el menor impacto ambiental posible, pero al mismo tiempo acercando al ciudadano a la naturaleza. Los promotores de estas Ciudades para Vivir entienden que los espacios naturales más usados son usualmente los más cuidados. Por eso, no es raro toparse con árboles centenarios en los alrededores de estas urbanizaciones. La planificación alineada con la naturaleza ya está dando frutos. En la Joya —en Daule— los residentes tienen la iniciativa de sembrar dos mil árboles en los alrededores de las urbanizaciones. Es aquí donde está germinando una nueva cultura nunca antes experimentada: salvaguardar la naturaleza, para vivir mejor.