San Nicolás crece con Ciudad Celeste
El recuerdo más antiguo de Manuel Huacón es de cuando tenía unos doce años: junto con su hermano, trepaba al árbol de mango que está al pie de su casa para sentir la brisa y descansar en alguna de sus ramas. Hoy, Manuel tiene 57 años y ese mismo árbol sigue ahí, como custodiando el hogar donde ha vivido por más de cuarenta años en el recinto San Nicolás de Samborondón, a tres minutos de Ciudad Celeste.
Pero a pesar de que ese árbol sigue ahí, hace unos quince años la vida de quienes viven en San Nicolás comenzó a cambiar. Sigue siendo pequeño —cuarenta mil metros cuadrados, la mitad de lo que mide el popular centro comercial San Marino en Guayaquil— pero ya no está perdido en los adentros de Samborondón. Hoy los pobladores del recinto están muchísimo más conectados con la parroquia satélite La Puntilla: mucho de eso se debe al desarrollo inmobiliario del sector liderado por Ciudad Celeste. Inaugurada en 2002, hoy cuenta con diez urbanizaciones y ha crecido tanto que es casi vecina inmediata de San Nicolás.
En San Nicolás viven, más o menos, trescientas personas en unas cincuenta casas en una única calle. No solo todas se conocen, sino que son familiares. En el centro, hay una pequeña escuelita de unos tres salones que tienen ventanas por donde se asoman los niños de tanto en tanto, y a un costado está la iglesia en la que todos los fines de semana los pobladores le rezan a San Nicolás. Manuel no es el único Huacón en el recinto —hay unos diez más: sus primos, hermanos y tíos también viven aquí.
Antes de que existieran las urbanizaciones de Ciudad Celeste no había calles ni caminos para salir hacia Guayaquil y Durán. Huacón recuerda que tenían que hacerlo en canoa, y navegar el Río Babahoyo para abastecerse de víveres. Muchas veces sufrió robos por piratas sin que nadie lo auxilie: San Nicolás estaba escondido. Hoy, en cambio, usa la gran avenida de Ciudad Celeste que llega hasta la entrada de su recinto. El año pasado, la inmobiliaria —por iniciativa propia y apoyando al Municipio de Samborondón— pavimentó la única calle que cruza dentro de San Nicolás: cerca de cinco mil metros cuadrados de asfaltado, menos de lo que mide una cancha de fútbol profesional.
Antes de que existieran las urbanizaciones de Ciudad Celeste no había calles ni caminos para salir hacia Guayaquil y Durán. Huacón recuerda que tenían que hacerlo en canoa, y navegar el Río Babahoyo para abastecerse de víveres. Muchas veces sufrió robos por piratas sin que nadie lo auxilie: San Nicolás estaba escondido.
San Nicolás es joven: tiene apenas tres generaciones. El papá de Manuel fue uno de sus primeros pobladores. Huacón cuenta que su padre —y el resto de personas que vivían allí en ese entonces— compraron las tierras a un banco. Muchos venían de pueblos cercanos como Salitre y —al igual que la mayoría de los montubios de la costa ecuatoriana— se dedicaban a la agricultura. Detrás de sus casas estaban las parcelas en donde cosechaban arroz. Hoy Manuel también se dedica a esa actividad, heredada de su padre, pero ya no lo hace detrás de su casa, sino en unas tierras que compró en Durán.
San Nicolás es joven: tiene apenas tres generaciones. El papá de Manuel fue uno de sus primeros pobladores. Huacón cuenta que su padre —y el resto de personas que vivían allí en ese entonces— compraron las tierras a un banco. Muchos venían de pueblos cercanos como Salitre
Esas tierras que trabaja son, también, un testimonio de cómo Ciudad Celeste ha traído cosas buenas para San Nicolás. Como muchos de sus vecinos, Huacón, vendió parte de sus tierras a la inmobiliaria que desarrolla Ciudad Celeste. Para Manuel fue una gran oportunidad: vendió unas hectáreas, y con el dinero que ganó pudo comprar un terreno tres veces más grande del que tenía inicialmente, una camioneta y hacer arreglos a su casa. En su nuevo terreno en Durán, Manuel cosechas dos veces al año. Eso le ha permitido adquirir un camión pequeño con el que sale de su casa en San Nicolás, por la gran vía de Ciudad Celeste, todas las mañanas a las cinco y media, directo a trabajar.
El desarrollo inmobiliario del sector impactó para bien y de inmediato en la calidad de vida en San Nicolás. Antes del crecimiento inmobiliario, las casas del recinto estaban construidas con madera y caña. Hoy la mayoría son de construcción mixta, bloques de cemento y madera. Cerca de la mitad de los pobladores, unas 120 personas, trabajan en el área de construcción o comercialización. Algunos son empleados directos de Ciudad Celeste, como Gilberto Hernández, colaborador del departamento de Urbanismo, quien dice que “Ciudad Celeste me dio el trabajo que muchas veces no había en el campo”. Hoy, gracias a las habilidades adquiridas por la construcción, él mismo puede reparar algún averío en su hogar.
San Nicolás es un sitio tranquilo para vivir. Manuel lo sabe y, por eso, aunque tiene los medios económicos como para mudarse a Guayaquil, pero está contento en su pueblo. La calma que le ofrece San Nicolás es invaluable: todas las tardes se toma un café, acostado en la hamaca instalada afuera de su casa, y disfruta un momento junto con su esposa. Ambos ven cómo llueve, pero no se preocupan de grandes inundaciones: la empresa que construye Ciudad Celeste colaboró con la red de alcantarillado pluvial. Las casas de San Nicolás muy pronto estarán conectadas a una de las mismas plantas de tratamiento de aguas que abastecen al proyecto inmobiliario.
Entre Ciudad Celeste y San Nicolás hay una buena vecindad: Manuel siempre tiene las puertas abiertas de su casa para compartir un café y a veces se lo toma con algún celestino que se da una vuelta por el pueblo.
Es una relación simbiótica: José Valdivieso, gerente de proyectos de Ciudad Celeste, afirma que San Nicolás es un gran recurso para la compañía. Muchos de los que allí viven forman parte de quienes construyen casas en las urbanizaciones. Valdivieso dice que en 2016 y 2017 seguirán desarrollando obras en el recinto: además del asfaltado de la vía principal de San Nicolás —hecho en 2015—, y al hecho de que las casas del recinto muy pronto estarán conectadas a una de las plantas de tratamiento de aguas de Ciudad Celeste, planean construir un nuevo alimentador eléctrico —que al igual que la planta, mejorará el servicio del proyecto y de San Nicolás. Es una convivencia que beneficia a ambas comunidades.
Entre Ciudad Celeste y San Nicolás hay una buena vecindad: Manuel siempre tiene las puertas abiertas de su casa para compartir un café y a veces se lo toma con algún celestino que se da una vuelta por el pueblo. Él —al igual que muchos en San Nicolás— han forjado amistades con los ciudadanos de Ciudad Celeste. El desarrollo inmobiliario del sector ha causado un virtuoso efecto dominó en los alrededores de las Ciudades para Vivir. San Nicolás es una prueba de ello: hoy sus pobladores gozan de una mejor calidad de vida, y existe una constante relación de intercambio entre sus vecinos de Ciudad Celeste.