Planificar una ciudad es también una forma de respetar a nuestros mayores
Mucha gente piensa que construir una ciudad es planificar para los más jóvenes, pero en las Ciudades para Vivir se piensa en todos: saben también que diseñar una ciudad es una forma de respetar a nuestros mayores. Un estudio sobre felicidad y la relación con la edad de Wharton University en Pensilvania dice que en la vejez tendemos a valorar más los pequeños momentos, el contacto con la naturaleza, con su jardín, con un paisaje litoral e incluso una caminata. Explica además que suelen encontrar paz y serenidad en estos ambientes. En las Ciudades para Vivir, CVP, los residentes que disfrutan ya de su jubilación, aprovechan la paz y serenidad de sus áreas verdes y espacios sociales.
Jubilarse es buscar tranquilidad. Las Ciudades para Vivir están diseñadas para proveerla: 775 hectáreas de áreas verdes, más de 18 veces el tamaño del Central Park de Nueva York; tienen 572 parques ─compitiendo con Guayaquil que tiene 1600─ y se han conservado más de 117.41 hectáreas de bosques, una extensión diez veces más grande que el parque Forestal de Guayaquil. Además, Plantemos por el Planeta reúne a colaboradores de las CPV para plantar la mayor cantidad de árboles en una tarde. La Joya fue más allá: en agosto de 2015 inició un plan integral de forestación llamado Plan Verde, que tiene como meta sembrar árboles nativos del sector con la participación y el cuidado de sus propios residentes, para de esa manera formar una cultura nueva de cuidado al medio ambiente. Para quien ya se ha retirado luego de una vida de trabajo y dedicación, ese entorno natural permite desarrollar una vida social activa. Un estudio de Frances Ming Kuo de la Universidad de Illinois, Estados Unidos dice que en los espacios verdes la gente es más generosa y más sociables: “Encontramos fuertes lazos de vecindad social y un mayor sentido de comunidad, más confianza mutua y la voluntad de ayudar a los demás”. Esos valores, importantes a lo largo de toda la vida, se vuelven fundamentales en el retiro, pero paradójicamente las ciudades convencionales tienen menos espacios para que los mayores puedan compartir intereses y gustos.
Mucha gente piensa que construir una ciudad es planificar para los más jóvenes, pero en las Ciudades para Vivir se piensa en todos: saben también que diseñar una ciudad es una forma de respetar a nuestros mayores.
La vida y la actividad constante de Miriam Grande, residente en Villa del Rey, y cuya historia contamos anteriormente en La Colmena, es quizás uno de los mayores ejemplos de cómo, después de la jubilación, el entorno de vida y los lazos con la comunidad resultan fundamentales para vivir una vida plena. Miriam se jubiló y se trasladó a vivir a Reina Beatriz, en donde participa de forma activa en la construcción de su comunidad, pues es incluso parte de la directiva. Mucha gente tiene el concepto errado de que la jubilación es una etapa de reposo sin creatividad, cuando en realidad es —simplemente— el cambio de una rutina. El Club de Adultos Mayores, ideado por Nancy Yánez una alegre jubilada de 66 años que decidió que tras el fin de su vida laboral, es un espacio para aquellos que han decidido dejar su rutina de décadas y buscan compartir con otras personas con sus mismos intereses y su tiempo libre. Este primer club nació en La Brisa, Ciudad Celeste, pero funciona tan bien que puede ser fácilmente replicado en otras Ciudades para Vivir.
Mucha gente tiene el concepto errado de que la jubilación es una etapa de reposo sin creatividad, cuando en realidad es —simplemente— el cambio de una rutina.
Del Club de Adultos Mayores se puede aprender una importante lección: una necesidad se convierte en un proyecto real cuando alguien decide ejecutarlo; aquí la responsabilidad es de cada vecino y el objetivo es el que se propongan. Lo que hace falta simplemente se crea, con organización, esfuerzo y ganas.
En su estudio, Cassie Moginler explica que el concepto de felicidad cambia a medida que una persona avanza en edad. Para los jóvenes por ejemplo, la felicidad consiste en experimentar nuevas experiencias y emociones, mientras que para las personas mayores asocian, la felicidad está mucho más asociada a la tranquilidad y los niveles de satisfacción. “La felicidad para ellos consiste en rodearse de lo que les es familiar, saboreando los pequeños momentos y, sobre todo pasando más tiempo con las personas a quienes aman”, concluye el estudio. Los jubilados de las Ciudades para Vivir no son la excepción. Y esos lazos son precisamente los que se promueven a través de las actividades que organizan los vecinos, pues la familia no solamente es aquella a la que estamos unidos por genética, lo es también quien elegimos para ser parte de nuestras vidas. Alma Ruiz lo sabe. Ella vive sola en La Joya, pero jamás se ha sentido aislada. Cuando estuvo enferma y tuvo que hacer frente a los efectos de la quimioterapia, sus vecinos la apoyaron. Luego de vivir muchos años en Estados Unidos, volvió a su natal Guayaquil y sabe que elegir instalar su hogar en una Ciudad para Vivir fue su mejor decisión.
En su estudio, Cassie Moginler explica que el concepto de felicidad cambia a medida que una persona avanza en edad. Para los jóvenes por ejemplo, la felicidad consiste en experimentar nuevas experiencias y emociones, mientras que para las personas mayores asocian, la felicidad está mucho más asociada a la tranquilidad y los niveles de satisfacción.
Hay otros factores que convierten a estos proyectos urbanísticos en los espacios más amigables para las personas jubiladas. Agustina Espinoza tiene 75 años y se mudó hace tres años a La Brisa, en Ciudad Celeste. Antes vivía en Samanes, pero luego de su jubilación decidió que, con su hija, quería invertir en una casa. Al llegar aquí, su constante preocupación por la inseguridad y los asaltos que la tenía intranquila en su antigua casa quedó en el pasado. En las Ciudades para Vivir la seguridad es un tema que se toma muy en serio.
Hay un servicio de guardianía las 24 horas del día, con rondas periódicas por las distintas manzanas de cada urbanización; para ingresar, las visitas deben ser anunciadas desde la garita y los guardianes deben recibir una autorización por parte de algún residente, de esa forma se garantiza una vigilancia permanente. Todos los espacios están iluminados, los vecinos se conocen entre sí y están organizados y han hecho de la seguridad una tarea de todos. Agustina comenta que ahora su hija y su nieto, que viven con ella, se sienten más seguros e incluso visitan la sede social cada vez que pueden: “Aquí yo vivo con mucha tranquilidad. Se puede dejar una bicicleta fuera y nadie se la lleva, por ejemplo. Por eso nos fuimos de Samanes. Aquí dejar la puerta abierta no significa que vayan a robar tu casa”.
Eso es fundamental para las personas más vulnerables —incluidas allí las de la tercera edad— por lo que se convierte en una razón adicional para vivir en una de las urbanizaciones que forman parte de estos proyectos inmobiliarios, que brindan espacios amigables con todos: niños, jóvenes, adultos y mayores.