Cada gran jardín cuenta una gran historia
Cuidar un jardín es una tarea que requiere trabajo constante, por eso una persona que dedica su tiempo a esta actividad está comprometiéndose con algo grande: la mismísima vida. En las Ciudades para Vivir habitan muchas personas con vocación para cultivar. Ellos conocen la satisfacción de ver crecer día a día una semilla que pusieron en la tierra.
Este es la historia de tres personas que dedican su amor y su tiempo a ver hacer crecer la vida en sus jardines:
Un jardín donde florece la fe
Silvia Egüez de Cano trabaja en su jardín con amor y paciencia. Cuando llegas a su casa ubicada en La Estela de Ciudad Celeste, su fachada resalta: gran variedad de flores, arbustos y árboles. Antes, ella trabajaba en una empresa con horarios de oficina. Como no pasaba mucho tiempo en casa, su jardín estaba vacío, en realidad no sentía mucho amor por las plantas. Desde que salió de su antiguo trabajo (hace unos 5 años) todos los días usa el tiempo que toma rezar el rosario para regar su jardín. “Yo le decía al párroco de mi iglesia que me aburría el rosario”, cuenta divertida. Cuando se dio cuenta de que podía dedicar un Ave María a cada una de sus plantas, empezó a disfrutar ambas actividades. “Mi jardín se ha fortalecido con mi fe”, dice Silvia. Esta práctica le ha dado resultados: sus orquídeas florecen de tres a cuatro veces al año, cuando lo normal es que florezcan una o dos. Además del jardín delantero, en su patio trasero tiene decenas de plantas que cuida amorosamente. Su jardín le ha ayudado a encontrar paz.
Dónde viven los árboles
En La Marina de Ciudad Celeste una de las casas sobresale por sus numerosos árboles. Xavier Chávez es el silvicultor aficionado que se ha encargado de convertir su casa en un refugio donde por cada persona viven por lo menos 3 árboles. A él siempre le ha gustado el campo y la naturaleza, y cree que lo árboles son los protectores ancestrales de un hogar: protegen del calor, del ruido, del polvo, del sol. Antes, él vivió en La Estela. “Ahí había más árboles frondosos; las casas y los barrios se veían muy bonitos”. Por eso, cuando llegó a La Marina con su esposa y sus dos hijos —hace cerca de 8 años— quiso tener sus propios árboles que actúan como una cubierta natural para su casa. Actualmente tiene dos variedades de cacao, dos neem, una planta de mango, un limón pequeño, dos árboles de guanábana, un aguacatero, dos árboles de papaya, una palma de coco, un pino, un árbol de grosellas y una palma real, una variedad que es sagrada para los Tsáchilas, una de las nacionalidades ancestrales del Ecuador. “Mis árboles también benefician a mis vecinos, porque también les llega la sombra”, dice Xavier, quien siente gratitud hacia los árboles porque son fuente de vida.
Un jardín multidiverso
Georgeta Carare es residente de Zafiro desde hace cuatro años y ha logrado crear un hermoso jardín donde la diversidad es la norma. Ella es rumana y recuerda que en su ciudad natal vivía cerca de un bosque, donde se pasaba las tardes recogiendo flores para su mamá. “Desde ese entonces me gustaban las plantas.” Su interés por las especies vegetales no solo ha perdurado, sino que se ha incrementado: su esposo y su hijo también son parte del trabajo del jardín. Cada uno tiene ideas diferentes en cuanto a las especies que deben plantar, pero todas tienen cabida en el jardín de Georgeta. Aquí, el espacio no es ningún problema: ella encontró la forma de extender su área de sembrado hasta el techo. Entre las diferentes especies hay orquídeas, rosas, tres variedades de palmas, árboles de mango, limoneros, olivos, un árbol de papaya y más. Uno de los árboles más interesantes que tiene es un abeto pequeño que en unos años será un árbol de Navidad natural, como los de su niñez en su natal Rumania.